10 de julio de 2011

Domingo

Por ser el mejor día de la semana, merece que alguien le dedique algo.
Dejando de lado el cansancio o la resaca consecuente de la noche anterior, siempre empiezan tan bien. Son las mañanas más flojas y agradables que existen. En mi caso, rompo el ritual de vacaciones donde no paso de las 10 a.m. sin levantarme y, como si fuese una ocasión especial,  me dejo estar hasta las 11. O dependiendo el ánimo y la temperatura de la cama, podría prolongarse incluso hasta las 12 del día. En ese caso, obviar el desayuno o bajar únicamente por una taza de té es la mejor opción.
En las mañanas de domingo se respira otro aire, la luz del sol es más naranja y las letras de las canciones toman otra connotación.
Luego de almorzar algo improvisado, la tarde es de actividades varias tales como echarse en la cama y escuchar un buen disco, fumarse un cigarro en la ventana, leer un libro en  el sillón o simplemente quedarse pegado viendo nada hasta que llegue la noche. El segundo mejor momento del día.

Está en el germen del domingo ese algo depresivo imposible de evitar, que casualmente al caer la noche hace de las suyas y como por arte de magia nos deja vulnerables a ser inundados por un mar de recuerdos.

No me cabe duda de que, quien sea que creo los domingos, lo hizo con el maléfico propósito de llevarnos a los momentos más memorables y cuestionarnos que cresta hicimos mal. ¿Cómo hay gente tan ingenua que sigue creyendo que un "dios" fue capaz de haber creado algo tan terrible? A los depresivos nos ponen mal los domingos. De misericordioso.. ese tal no tiene nada.

Estas son las dos caras del domingo. Y hay que encontrar la manera de hacer, al menos las noches, más llevaderas. La música ayuda.

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