9 de noviembre de 2011

No hay discurso del método

Léase en el momento indicado. Aunque resulte que cualquier momento pueda ser el indicado.
__

Se puede partir de cualquier cosa, una caja de fósforos, un golpe de viento en el tejado, el estudio número 3 de Scriabin, un grito allá abajo en la calle, esa foto del Newsweek, el cuento del gato con botas, el riesgo está en eso, en que se puede partir de cualquier cosa, pero después, después hay que llegar, no se sabe bien a qué, pero llegar, llegar no se sabe bien a qué, y el riesgo está en que en una hora final descubras que caminaste volaste corriste reptaste quisiste esperaste luchaste y entonces, entre tus manos tendidas en el esfuerzo último, un premio literario, o una mujer biliosa o un hombre lleno de departamentos y de caspa en vez del pez, en vez del pájaro, en vez de una respuesta con fragancia de helechos mojados, pelo crespo de un niño, hocico de cachorro o simplemente un sentimiento de reunión, de amigos en torno al fuego, de un tango que sin énfasis resume la suma de los actos, la pobre hermosa saga de ser hombre.

No hay discurso del método, hermano, todos los mapas mienten salvo el del corazón, pero dónde está el norte en este corazón vuelto a los rumbos de la vida, dónde el oeste, dónde el sur. Dónde está el sur en este corazón golpeado por la muerte, debatiéndose entre perros de uniforme y horarios de oficina, entre amores de interregno y duelos despedidos por tarjeta, dónde está la autopista que lleve a un Katmandú sin cáñamo, a un Shangri-La sin pactos de renuncia, dónde está el sur libre de hienas, el viento de la costa sin cenizas de uranio, de nada te valdrá mirar en torno, no hay dónde ahí afuera, apenas esos dóndes que te inventan con plexiglás y Guía Azul. El dónde es un pez secreto, el dónde es eso que en plena noche te sume en la maraña turbia de las pesadillas donde (donde del dónde) acaso un amigo muerto o una mujer perdida al otro lado de canales y de nieblas te inducen lentamente a la peor de las abominaciones, a la traición o a la renuncia, y cuando brotas de ese pantano viscoso con un grito que te tira de este lado, el dónde estaba ahí, había estado ahí en su contrapartida absoluta para mostrarte el camino, para orientar esa mano que ahora solamente buscará un vaso de agua y un calmante, porque el dónde está aquí y el sur es esto, el mapa con las rutas en ese temblor de náusea que te sube hasta la garganta, mapa del corazón tan pocas veces escuchado, punto de partida que es llegada.

Y en la vigilia está también el sur del corazón, agobiado de teléfonos y primeras planas, encharcado en lo cotidiano. Quisieras irte, quisieras correr, sabes que se puede partir de cualquier cosa, de una caja de fósforos, de un golpe de viento en el tejado, del estudio número 3 de Scriabin, para llegar no sabes bien a qué, pero llegar. Entonces, mira, a veces una muchacha parte en bicicleta, la ves de espaldas alejándose por un camino (¿la Gran Vía, King´s Road, la Avenue de Wagran, un sendero entre álamos, un paso entre colinas?), hermosa y joven la ves de espaldas yéndose, más pequeña ya, resbalando en la tercera dimensión y yéndose, y te preguntas si llegará, si salió para llegar, si salió porque quería llegar, y tienes miedo como siempre has tenido miedo por ti mismo, la ves irse tan frágil y blanca en una bicicleta de humo, te gustaría estar con ella, alcanzarla en algún recodo y apoyar una mano en el manubrio y decir que también tú has salido, que también tú quieres llegar al sur, y sentirte por fin acompañado porque la estás acompañando, larga será la etapa pero allí en lo alto el aire es limpio y no hay papeles y latas en el suelo, hacia el fondo del valle se dibujará por la mañana el ojo celeste de un lago. Sí, también eso lo sueñas despierto en tu oficina o en la cárcel, mientras te aplauden en un escenario o una cátedra, bruscamente ves el rumbo posible, ves la chica yéndose en su bicicleta o el marinero con su bolsa al hombro, entonces es cierto, entonces hay gente que se va, que parte para llegar, y es como un azote de palomas que te pasa por la cara, por qué no tú, hay tantas bicicletas, tantas bolsas de viaje, las puertas de la ciudad están abiertas todavía, y escondes la cabeza en la almohada, acaso lloras. Porque, son cosas que se saben: la ruta del sur lleva a la muerte.

Allá, como la vio un poeta, vestida de almirante espera, o vestida de sátrapa o de bruja, la muerte coronel o general espera sin apuro, gentil, porque nadie se apura en los aeródromos, no hay cadalsos ni piras, nadie redobla los tambores para anunciar la pena, nadie venda los ojos de los reos ni hay sacerdotes que le den a besar el crucifijo a la mujer atada a la estaca, eso no es ni siquiera Ruán y no es Sing-Sing, no es la Santè, allá la muerte espera disfrazada de nadie, allá nadie es culpable de la muerte y la violencia es una vacua acusación de subversivos contra la disciplina y la tranquilidad del reino, allá es tierra de paz, de conferencias internacionales, copas de fútbol, ni siquiera los niños revelarán que el rey marcha desnudo en los desfiles, los diarios hablarán de la muerte cuando la sepan lejos, cuando se pueda hablar de quienes mueren a diez mil kilómetros, entonces sí hablarán, los télex y las fotos hablarán sin mordaza, mostrarán cómo el mundo es una morgue maloliente mientras el trigo y el ganado, mientras la paz del sur, mientras la civilización cristiana.

Cosas que acaso sabe la muchacha perdiéndose a lo lejos, ya inasible silueta en el crepúsculo, y quisieras estar y preguntarle, estar con ella, estar seguro de que sabe, pero cómo alcanzarla cuando el horizonte es una sola línea roja ante la noche, cuando en cada encrucijada hay múltiples opciones engañosas y ni siquiera una esfinge para hacerte las preguntas rituales.

¿Habrá llegado al sur?

¿La alcanzarás un día?

Nosotros, ¿llegaremos?

(Se puede partir de cualquier cosa, una caja de fósforos, una lista de desaparecidos, un viento en el tejado)

¿Llegaremos un día?

Ella partió en su bicicleta, la viste a la distancia, no volvió la cabeza, no se apartó del rumbo. Acaso entró en el sur, lo vio sucio y golpeado en cuarteles y calles pero sur, esperanza de sur, sur esperanza. ¿Estará sola ahora, estará hablando con gente como ella?, ¿mirarán a lo lejos por si otras bicicletas apuntaran filosas?

(un grito allá abajo en la calle, esa foto del Newsweek)

¿Llegaremos un día?

Julio Cortázar
(Inédito, 1977)

13 de septiembre de 2011

Guitarras.

Bueno, cuando publiqué esta historia junto a la foto en el flickr, fue cuando tomé la decisión de crearme un blog, para seguir cantando mis cuitas (nah, no todo es TAN triste).
Y es hoy, después de cinco meses cuando me doy cuenta de que ésta debió ser la primera entrada de mi blog, esto debe estar aqui. Pero claro, ahora que me da flojera hasta agarrar el lápiz y por lo tanto no he escrito mucho, -o lo que he escrito termino sin publicarlo, doblándolo en dos y guardándolo en un cajón- se me ocurre traer esto para acá. Esto siempre debió haber estado aquí.
En fin, para qué darle más vuelta, se los dejo. Viene acompañado de una foto que titulé "Guitarras".


Varias veces me han preguntado si los títulos de mis fotos tienen algo que ver entre sí, si tienen alguna continuidad en relación a los anteriores, entre otras. Mis títulos no son una historia y tampoco tienen un mensaje oculto. Yo les propongo que dejen de buscarle tanta explicación que, si bien complementa, no es lo importante.
Además, admito ser pésima con los títulos para cualquier cosa. Nunca los pienso demasiado y normalmente tienen que ver con algo relacionado al momento de la foto o el lugar. Si parece no tener sentido, es por que aquella relación no está explícita en la foto.
Ahora bien, este título si podría tener una historia.
Es por eso que decidí contarla.
Hace poco más de un año acompañé a mi viejos a una estancia a una hora de la ciudad. Ellos en los asientos delanteros, conversando sobre gente que yo no conozco, trabajo, parientes y otros temas que no vale la pena mencionar. Me acerqué hacia la cabina de adelante para colocar un CD. Puse lo primero que encontré, no recuerdo su nombre pero seguro era un artista medio añejo de esos que le gustan a mi papá, de su época.
Después de dos temas me di cuenta que las melodías eran mas deprimentes que la cresta, pero ya había encontrado una posición horizontal cómoda y no tenía intenciones de levantarme y cambiarlo, ni tampoco de interrumpir a mis viejos que discutían sobre hace cuántos años le habían hecho segundo piso a la casa.
Me dolía la cabeza y era demasiado agradable ir recostada con un cojín que apareció de la nada, a pesar de tener de fondo a mi mamá contradiciendo que la ampliación había sido en invierno, como decía mi viejo.
No se cómo fue que llegamos al camino de tierra tan rápido. El tema ya había cambiado y ahora era sobre las vacaciones de un verano hace 5 años atrás. El lugar, los precios, el clima, llegaron a dar con algo sobre una salida de ellos dos a comer. Ambos se contradecían todo y de un minuto a otro comenzaron a discutir. Mi viejo se quejaba de lo indiferente que era ella, mi vieja de lo malhumorado que era él. Yo me levanté y me senté hacia la ventana, recordándoles que yo seguía ahí. Saqué mi cámara. Para variar, fue mi papá el que siguió argumentando hasta que le encuentren la razón. Se puso tan espesa la discusión que se fueron en lo personal, y así hasta llegar a eso que ni un hijo quiere escuchar, menos aún cuando crees que todo va bien y que tus viejos se aman y van a estar juntos hasta el final. La conversación era casi a gritos y yo hacía mi mayor esfuerzo por escuchar las guitarras de la canción de mas atrás.

1 de agosto de 2011

Oh! no.

Acabaron oficialmente las tres semanas mas sobrevaloradas de mi vida. Como todos los meses hice una lista de pelotudeces a realizar y para variar no hice ni la mitad. Descansé a medias y no me hice mejor persona. Dejé de aprovechar las mañanas por una aparente recaída de mi vitalidad diecisieteañera y en ocasiones dormí hasta después de las 12, algo inaceptable para mí. No ahorré. No visite todos los lugares donde quería ir. No miré las películas que bajé. No escribí más seguido y en fin, una cantidad de cosas que no cumplí. Pero por sobre todo no fue ni parecido a como me lo imaginé. Y después de escribir estas 5 líneas en tiempo récord por haberme dado cuenta hace un par de minutos que ya estamos en agosto, me doy cuenta que esto no le importa a nadie. Pero es reconfortante desquitarse por último para tener en cuenta que en este nuevo mes hay que reivindicarse.

Nah.
Agosto: pasa rápido no más.

19 de julio de 2011

Aspiradoras

Las odio con mi vida. Deben ser el aparato doméstico más molesto que se colocó en la faz de la tierra. Y a mi vieja siempre se le ocurre asear cuando estoy estudiando/leyendo/viendo una película o simplemente cuando estoy echada en la cama flojeando en paz.
Pensé que podía ser importante que lo supieran.
¿Se supone que tengo que publicar puras cosas cuerdas? Que fome. Seguiré contando mis tonteras, y si no le interesa, no me lea, pero cada vez que publico una nueva entrada me sube el contador de visitas y sin embargo nadie comenta. Avísenme por último si estoy rallando la papa.
De todas maneras no haría nada al respecto, pero lo tendría en cuenta.

El sonido es insoportable.

16 de julio de 2011

Ah, tampoco hay rumbo.

Asuntos que parecen insignificantes y triviales pero resultan ser mucho más que eso, son:
Caminar sola y sin importar como vas vestida o con quien puedas encontrarte. Uno, porque la música te lleva tan en otro planeta que incluso es capaz de inhibir el frío y dos; porque me busco las callecitas más inhóspitas y poco transitadas para pasar, cosa que nadie me moleste y en lo posible no toparme con gente (por algo salgo sola, si no pediría compañía, pero no es el caso). Disfruto mi soledad.

El porqué.
Si. Por masoquista y antisocial que parezca, disfruto más caminando sola que acompañada, y esto tiene varias razones.
De la primera se desprenden casi todas las otras, y es porque el ir acompañada condiciona que te controlen. Es decir, sola puedo salir dónde y a la hora que quiera, me detengo cuando quiero y decido volver cuando me sienta satisfecha con mi paseo y no cuando me doy cuenta de que estoy en la hora o que mi acompañante tiene otro compromiso (es por eso que escojo salir también aquellas mañanas/tardes/noches en las que no tengo ni una otra obligación que cumplir que me limite a seguir con mi recorrido).
Ahora bien, siguiendo con la idea, el salir sola significa ir donde quiero, caminar por la vereda que quiero y subir las escaleras de un cerro tan rápido o lento como quiera. Lo mismo pasa con la hora en la que elijo salir que, sobre todo en invierno cuando la luz es corta, suele ser en las mañanas. Ahí es cuando me aíslo placenteramente y pienso ¿cuáles son las probabilidades de que alguien quiera salir un sábado o un domingo por la mañana cuando lo más posible es que la noche anterior lo haya dejado sin energías para siquiera abrir los ojos pues, a las horas que yo decido despertar deben encontrarse –con suerte– en su tercer sueño? A mi temprana edad, me sobran dedos de una mano si cuento a quienes se han ofrecido voluntariamente a acompañarme. Y como siempre he dicho, nunca obligo ni le ruego a nadie su compañía, pues va contra mis principios autónomos. Es entonces por esta razón elemental que me encuentro sola caminando, frecuentemente.
Y sí, para qué andar con cosas. Esa es la gran razón. De ahora en más solo tengo razones que justifiquen mi gusto por caminar sola, para algunos injustificable.

Por lo general, hallo compañía en otras insignificancias. Aun en una multitud podría sentirme completamente sola.
La música es una tremenda compañía. Anula el ruido de los autos, las conversaciones de la gente y los portazos en las casas. Incluso, de vez en cuando y dependiendo el sector que transite, anula celulares en altavoz con letras realmente profundas tales como “…pasaría la noche dando, dando, dándole”. En tal caso, agradezco de sobremanera la compañía de mi mp3 al máximo de volumen (razón por la cual también estoy medio sorda y a la vez, razón por la cual no mucha gente me aguanta por la cantidad de veces que debo pedir que me repitan las cosas (razón por la cual ocupo muchos paréntesis aunque no ten… Puta, ya estoy hablando cualquier cosa)).

Los lugares que frecuento. A nadie (querido Nadie por favor, donde sea que estés, éste es el momento para presentarte) le resulta muy atractivo caminar por Playa Norte o por los pasajes que están más allá de Independencia, considerados casi rurales por los urbanos-aspirantes-a-cosmopolitas que solo transitan por el centro y hasta la plaza, los pasillos de aquello que le dicen “mall” o la connotada Zona Franca. O que a lo más en tiempos de verano frecuentan Bulnes o la Costanera. Para ellos, el sector del Humedal Tres Puentes es zona desértica y el Cerro de la Cruz solo sería una opción si tienen ganas de tomarse un vino en caja.
Bien. Ahora que he dejado en claro cuánto detesto las calles y sitios tan concurridos, abro paréntesis en mi último punto sobre el Cerro de la Cruz para preguntarme, ¿por qué la gente lo mira tan mal? Está tan solo a tres cuadras de Av. España y, a menos que vayas la noche que perdió la U con tu polera del Colo, nadie te va a sacar la cuchilla si te asomas. Si bien el viento pega más fuerte y las escaleras funcionan como anestesia para el trasero en caso de ser usadas como asiento,  es un estupendo lugar para pasear en la tarde y para, desde alguno de sus miradores, recordar que la ciudad no se reduce solo a calle Bories. 


10 de julio de 2011

Domingo

Por ser el mejor día de la semana, merece que alguien le dedique algo.
Dejando de lado el cansancio o la resaca consecuente de la noche anterior, siempre empiezan tan bien. Son las mañanas más flojas y agradables que existen. En mi caso, rompo el ritual de vacaciones donde no paso de las 10 a.m. sin levantarme y, como si fuese una ocasión especial,  me dejo estar hasta las 11. O dependiendo el ánimo y la temperatura de la cama, podría prolongarse incluso hasta las 12 del día. En ese caso, obviar el desayuno o bajar únicamente por una taza de té es la mejor opción.
En las mañanas de domingo se respira otro aire, la luz del sol es más naranja y las letras de las canciones toman otra connotación.
Luego de almorzar algo improvisado, la tarde es de actividades varias tales como echarse en la cama y escuchar un buen disco, fumarse un cigarro en la ventana, leer un libro en  el sillón o simplemente quedarse pegado viendo nada hasta que llegue la noche. El segundo mejor momento del día.

Está en el germen del domingo ese algo depresivo imposible de evitar, que casualmente al caer la noche hace de las suyas y como por arte de magia nos deja vulnerables a ser inundados por un mar de recuerdos.

No me cabe duda de que, quien sea que creo los domingos, lo hizo con el maléfico propósito de llevarnos a los momentos más memorables y cuestionarnos que cresta hicimos mal. ¿Cómo hay gente tan ingenua que sigue creyendo que un "dios" fue capaz de haber creado algo tan terrible? A los depresivos nos ponen mal los domingos. De misericordioso.. ese tal no tiene nada.

Estas son las dos caras del domingo. Y hay que encontrar la manera de hacer, al menos las noches, más llevaderas. La música ayuda.

4 de julio de 2011

Dos, treinta y siente

Ya, no hay caso. No me puedo dormir. Me giré para ver la hora en mi celular, aunque algo me decía que eran las 2:37. Error. Eran las 2:36, pero en una fracción de segundo cambia a 2:37. Coincidencia. O casualidad, como usted quiera llamarlo.
Siempre hay coincidencias, todo el mundo las tiene, pero coincidencias no tan banales como adivinar la hora que es. Me refiero a casos más rebuscados, esos son los que llaman la atención. Encontrar a alguien que, al igual que tú, come las manzanas con sal; toparte en una tienda enorme a alguien que, en ese mismo instante busca el mismo libro que tu; o ir en un colectivo pegada con una canción añeja de Erasure y que de pronto la toquen en la radio. ¿Cómo pasan esas cosas? Me aburre cerrarme a lo de una 'simple casualidad', y encuentro muy predestinado eso de estar conectados. No. No creo estar conectada con el reloj de mi celular. De ser así, no lo mandaría a la cresta cada día a las 7 a.m.
Curioso es que, con este inusual evento, se me venga a la memoria la teoría del sincronicidad que Carl Gustav Jung propuso alguna vez, en tiempos remotos (hace casi 60 años atrás, traída al presente por mi muy estimado profe de filosofía (profe, yo si pesco sus clases y me leo sus textos. De hecho, le quiero hacer un club de fans). Curioso es que me haya tocado estudiar su obra hace tan solo un par de semanas atrás y que, de no ser por ello, este evento no sería más que una coincidencia absurda en mi vida y por alto lo habría de pasar. La única interrogante que me resta por responder, en este caso, sería, ¿Sincronicidad con quién?¿Con qué inconsciente colectivo me sincronicé?¿Con los creadores de mi celular?¿Con máquinas que lo construyeron parte por parte en un ciclo de producción serial?¿Están ellos, además, sincronizados con los demás usuarios de este celular?¿Aló, Sony Ericsson?

En fin, todas las conclusiones son descartables.

Arrebatadamente y en contra de las normas, titulé la entrada antes de empezarla. Debió haberse llamado "Pelotudeces que suelo cuestionarme en las noches" (fragmento).

30 de junio de 2011

Mañana descremada

Despertar, mirar por la ventana y ver esa mínima capa de nieve de la noche anterior dejando asomar un poco de pasto, y ver a la vez como sale el sol a través de los árboles.. es lo máximo.
Me encanta el invierno. Si, me vivo quejando del frío y sobre todo si me acompaña un varón (que excusa más buena), pero después de todo, me encanta. Imposible no profundizar en clima si de invierno estamos hablando, por que es la razón de que dicha estación sea tan genial. Salir y sentir esa brisa que parece agradable, pero que termina por configurar una especie de máscara de hielo que impide mover varios músculos de la cara; caminar amortiguado por la cantidad excesiva de calcetines (de polar, lana y chiporro) que se lleva; andar como pingüino para prevenir las caídas (y un posible bochorno, por que típico aparece el mino de tu vida en la otra vereda y te ve de poto en el suelo) a causa de la escarcha; para luego llegar a la casa y no poder abrir la puerta por tener las manos tan jodidamente congeladas que se vuelve imposible agarrar el manojo, y que aun imaginándote echada en el sillón tomando un tecito caliente logras sacar la fuerza suficiente como para girar la llave en la cerradura.. eso es invierno.
Cómo no me va a gustar el invierno entonces? Y eso que todavía no menciono todas las genialidades que acarrea la estación! (llámese nieve, monos de nieve, nieve con leche condensada, angelitos de nieve, etc.)
Pero para eso queda todo el mes, incluso más si se trata de Magallanes.

28 de junio de 2011

Érase una vez..


Nunca cuento las cosas. Nunca. Y me quejo de que los demás no me entienden, de que nadie se da el tiempo para escucharme. No. En verdad no me quejo, pero cómo me gustaría tener un gemelo que me cache todo y entienda lo que me pasa. Los problemas pelotudos y los no tanto, las dudas, las crisis, las alegrías, las penas y las nada. Si, nadas. Son los que más tengo y los que más me acomplejan. Y de seguro usted no entiende que cresta estoy hablando, pero así como algunos son felices y otros depresivos, yo tiendo a ser nada. Por eso he decidido crear este espacio con el fin de que alguien quizás, al otro lado de la galaxia, me lea, me capte y, en una de esas, me entienda. No es que me crea Juan Pablo Castel para mis cosas, pero se dio la simple coincidencia y aquí estoy. Siéntase libre de seguir mis publicaciones y saque las conclusiones que estime de mi persona pues le estoy dando el brazo. 
Soy Pilar y soné bastante depresiva. Creí que sería una buena forma de empezar. No lo soy, pero si soy teatrera y rara. Sea bienvenido a un blog lleno de gritos, manzanas confitadas y ganchos para la ropa. 
1 Protagonista de el libro El túnel, de Ernesto Sábato. Se da la coincidencia de que es uno de mis libros favoritos, pero no soy tan loca de patio como para crearme una historia similar a la de él. No se asuste, lector. O asústese, me da lo mismo.