19 de julio de 2011

Aspiradoras

Las odio con mi vida. Deben ser el aparato doméstico más molesto que se colocó en la faz de la tierra. Y a mi vieja siempre se le ocurre asear cuando estoy estudiando/leyendo/viendo una película o simplemente cuando estoy echada en la cama flojeando en paz.
Pensé que podía ser importante que lo supieran.
¿Se supone que tengo que publicar puras cosas cuerdas? Que fome. Seguiré contando mis tonteras, y si no le interesa, no me lea, pero cada vez que publico una nueva entrada me sube el contador de visitas y sin embargo nadie comenta. Avísenme por último si estoy rallando la papa.
De todas maneras no haría nada al respecto, pero lo tendría en cuenta.

El sonido es insoportable.

16 de julio de 2011

Ah, tampoco hay rumbo.

Asuntos que parecen insignificantes y triviales pero resultan ser mucho más que eso, son:
Caminar sola y sin importar como vas vestida o con quien puedas encontrarte. Uno, porque la música te lleva tan en otro planeta que incluso es capaz de inhibir el frío y dos; porque me busco las callecitas más inhóspitas y poco transitadas para pasar, cosa que nadie me moleste y en lo posible no toparme con gente (por algo salgo sola, si no pediría compañía, pero no es el caso). Disfruto mi soledad.

El porqué.
Si. Por masoquista y antisocial que parezca, disfruto más caminando sola que acompañada, y esto tiene varias razones.
De la primera se desprenden casi todas las otras, y es porque el ir acompañada condiciona que te controlen. Es decir, sola puedo salir dónde y a la hora que quiera, me detengo cuando quiero y decido volver cuando me sienta satisfecha con mi paseo y no cuando me doy cuenta de que estoy en la hora o que mi acompañante tiene otro compromiso (es por eso que escojo salir también aquellas mañanas/tardes/noches en las que no tengo ni una otra obligación que cumplir que me limite a seguir con mi recorrido).
Ahora bien, siguiendo con la idea, el salir sola significa ir donde quiero, caminar por la vereda que quiero y subir las escaleras de un cerro tan rápido o lento como quiera. Lo mismo pasa con la hora en la que elijo salir que, sobre todo en invierno cuando la luz es corta, suele ser en las mañanas. Ahí es cuando me aíslo placenteramente y pienso ¿cuáles son las probabilidades de que alguien quiera salir un sábado o un domingo por la mañana cuando lo más posible es que la noche anterior lo haya dejado sin energías para siquiera abrir los ojos pues, a las horas que yo decido despertar deben encontrarse –con suerte– en su tercer sueño? A mi temprana edad, me sobran dedos de una mano si cuento a quienes se han ofrecido voluntariamente a acompañarme. Y como siempre he dicho, nunca obligo ni le ruego a nadie su compañía, pues va contra mis principios autónomos. Es entonces por esta razón elemental que me encuentro sola caminando, frecuentemente.
Y sí, para qué andar con cosas. Esa es la gran razón. De ahora en más solo tengo razones que justifiquen mi gusto por caminar sola, para algunos injustificable.

Por lo general, hallo compañía en otras insignificancias. Aun en una multitud podría sentirme completamente sola.
La música es una tremenda compañía. Anula el ruido de los autos, las conversaciones de la gente y los portazos en las casas. Incluso, de vez en cuando y dependiendo el sector que transite, anula celulares en altavoz con letras realmente profundas tales como “…pasaría la noche dando, dando, dándole”. En tal caso, agradezco de sobremanera la compañía de mi mp3 al máximo de volumen (razón por la cual también estoy medio sorda y a la vez, razón por la cual no mucha gente me aguanta por la cantidad de veces que debo pedir que me repitan las cosas (razón por la cual ocupo muchos paréntesis aunque no ten… Puta, ya estoy hablando cualquier cosa)).

Los lugares que frecuento. A nadie (querido Nadie por favor, donde sea que estés, éste es el momento para presentarte) le resulta muy atractivo caminar por Playa Norte o por los pasajes que están más allá de Independencia, considerados casi rurales por los urbanos-aspirantes-a-cosmopolitas que solo transitan por el centro y hasta la plaza, los pasillos de aquello que le dicen “mall” o la connotada Zona Franca. O que a lo más en tiempos de verano frecuentan Bulnes o la Costanera. Para ellos, el sector del Humedal Tres Puentes es zona desértica y el Cerro de la Cruz solo sería una opción si tienen ganas de tomarse un vino en caja.
Bien. Ahora que he dejado en claro cuánto detesto las calles y sitios tan concurridos, abro paréntesis en mi último punto sobre el Cerro de la Cruz para preguntarme, ¿por qué la gente lo mira tan mal? Está tan solo a tres cuadras de Av. España y, a menos que vayas la noche que perdió la U con tu polera del Colo, nadie te va a sacar la cuchilla si te asomas. Si bien el viento pega más fuerte y las escaleras funcionan como anestesia para el trasero en caso de ser usadas como asiento,  es un estupendo lugar para pasear en la tarde y para, desde alguno de sus miradores, recordar que la ciudad no se reduce solo a calle Bories. 


10 de julio de 2011

Domingo

Por ser el mejor día de la semana, merece que alguien le dedique algo.
Dejando de lado el cansancio o la resaca consecuente de la noche anterior, siempre empiezan tan bien. Son las mañanas más flojas y agradables que existen. En mi caso, rompo el ritual de vacaciones donde no paso de las 10 a.m. sin levantarme y, como si fuese una ocasión especial,  me dejo estar hasta las 11. O dependiendo el ánimo y la temperatura de la cama, podría prolongarse incluso hasta las 12 del día. En ese caso, obviar el desayuno o bajar únicamente por una taza de té es la mejor opción.
En las mañanas de domingo se respira otro aire, la luz del sol es más naranja y las letras de las canciones toman otra connotación.
Luego de almorzar algo improvisado, la tarde es de actividades varias tales como echarse en la cama y escuchar un buen disco, fumarse un cigarro en la ventana, leer un libro en  el sillón o simplemente quedarse pegado viendo nada hasta que llegue la noche. El segundo mejor momento del día.

Está en el germen del domingo ese algo depresivo imposible de evitar, que casualmente al caer la noche hace de las suyas y como por arte de magia nos deja vulnerables a ser inundados por un mar de recuerdos.

No me cabe duda de que, quien sea que creo los domingos, lo hizo con el maléfico propósito de llevarnos a los momentos más memorables y cuestionarnos que cresta hicimos mal. ¿Cómo hay gente tan ingenua que sigue creyendo que un "dios" fue capaz de haber creado algo tan terrible? A los depresivos nos ponen mal los domingos. De misericordioso.. ese tal no tiene nada.

Estas son las dos caras del domingo. Y hay que encontrar la manera de hacer, al menos las noches, más llevaderas. La música ayuda.

4 de julio de 2011

Dos, treinta y siente

Ya, no hay caso. No me puedo dormir. Me giré para ver la hora en mi celular, aunque algo me decía que eran las 2:37. Error. Eran las 2:36, pero en una fracción de segundo cambia a 2:37. Coincidencia. O casualidad, como usted quiera llamarlo.
Siempre hay coincidencias, todo el mundo las tiene, pero coincidencias no tan banales como adivinar la hora que es. Me refiero a casos más rebuscados, esos son los que llaman la atención. Encontrar a alguien que, al igual que tú, come las manzanas con sal; toparte en una tienda enorme a alguien que, en ese mismo instante busca el mismo libro que tu; o ir en un colectivo pegada con una canción añeja de Erasure y que de pronto la toquen en la radio. ¿Cómo pasan esas cosas? Me aburre cerrarme a lo de una 'simple casualidad', y encuentro muy predestinado eso de estar conectados. No. No creo estar conectada con el reloj de mi celular. De ser así, no lo mandaría a la cresta cada día a las 7 a.m.
Curioso es que, con este inusual evento, se me venga a la memoria la teoría del sincronicidad que Carl Gustav Jung propuso alguna vez, en tiempos remotos (hace casi 60 años atrás, traída al presente por mi muy estimado profe de filosofía (profe, yo si pesco sus clases y me leo sus textos. De hecho, le quiero hacer un club de fans). Curioso es que me haya tocado estudiar su obra hace tan solo un par de semanas atrás y que, de no ser por ello, este evento no sería más que una coincidencia absurda en mi vida y por alto lo habría de pasar. La única interrogante que me resta por responder, en este caso, sería, ¿Sincronicidad con quién?¿Con qué inconsciente colectivo me sincronicé?¿Con los creadores de mi celular?¿Con máquinas que lo construyeron parte por parte en un ciclo de producción serial?¿Están ellos, además, sincronizados con los demás usuarios de este celular?¿Aló, Sony Ericsson?

En fin, todas las conclusiones son descartables.

Arrebatadamente y en contra de las normas, titulé la entrada antes de empezarla. Debió haberse llamado "Pelotudeces que suelo cuestionarme en las noches" (fragmento).